Los vegetales feos no se parecen en nada a las ilustraciones de los libros y no quedan bien en ningún bodegón. Demasiado grandes, demasiado pequeños, demasiado raros.
Las abejas y demás insectos voladores los merodean marcando territorio. Los gusanos se creen que son sus casas. Se pudren, están llenos de golpes y de picotazos de pájaros.
Encima no vienen cuando más te apetecen, vienen cuando les da la gana. Y si de repente se vuelve loco el tiempo y graniza o hace sol cuando no toca, no vienen, o vienen menos, o vienen peores.
Exigen tu atención y cuidado, sin garantizarte que vaya a ocurrir algo a cambio. Hay que podarlos, atarlos, tratarlos, ir a recogerlos, llenarse los pies de tierra, mojarse con el rocío, subirse a escaleras y descubrir que hay un nido de pájaros.
A veces la mayor parte es inservible y solo te puedes comer un trozo, pero qué trozo.
Y con este delicioso y feo artículo, por fin, reactivamos nuestro instagram.