El lapislázuli nunca visto de Afganistán, los colores olvidados de Pompeia, el amarillo hecho con orina de vacas alimentadas exclusivamente con mangos y otras geniales rarezas forman parte de la colección de 2.500 pigmentos del Centro Strauss para la Conservación y estudios técnicos de Harvard.
La necesidad de detener el rápido deterioro de este cuadro y su pasión por el arte hicieron que Edward W. Foster decidiera estudiar el origen, composición y propiedades de los colores de las obras de arte, dando comienzo a un viaje incesante en la búsqueda de los pigmentos más recónditos y curiosos y a una colección que se ha convertido en la biblioteca de colores más grande del mundo.
Hemos dicho biblioteca pero, si echamos un vistazo a los frascos que contienen los colores, nos veremos transportados a una farmacia de las antiguas. Y es que la función de estos maravillosos pigmentos, más allá de la contemplativa, es salvar de la destrucción o desaparición los colores originales de un sinfín de obras de arte, conservando de la forma más fiel posible su aspecto y características originales.
¿Lo mejor? A diferencia de otras colecciones, estas enormes vitrinas y estanterías repletas de pigmentos están abiertas al público y se pueden visitar en uno de los edificios de los Harvard Art Museums. Pero, si no tienes la ocasión de hacer esta interesante visita presencialmente, también puedes acceder a la enciclopedia online del Museum of Fine Arts, Boston’s Conservation & Art Materials
Sin duda, que alguien se haya tomado el tiempo para buscar y entender de dónde vienen los colores, a lo largo de la historia y a lo ancho del universo, es una tarea tan noblemente inútil que podría haber salvado cientos de obras de arte de todas las épocas y lugares.
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