En la esquina de Roselló con Rocafort hay una isla. Pero no siempre está allí así que, si la oyes, lo mejor es que cierres los ojos. Así verás cómo las notas, tan de otro tiempo y lugar, acarician los sonidos de los coches, las obras y los pájaros urbanizados.
Mientras lee un 13 Rue del Percebe, gira la manivela de su máquina de hacer música. Las canciones, supuestamente pregrabadas, se ven afectadas por una cadencia inexplicable, quizás inexistente, pero irrepetible.
Es fácil adivinar que la isla lleva ahí desde tiempos inmemoriales, sin embargo, a la vista quedan incógnitas cuya respuesta permanece oculta al más hábil de los geógrafos. ¿De dónde viene? ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Es feliz? ¿Ha elegido ser isla? ¿Tiene nombre? ¿Tiene amigos? ¿Tiene edad? ¿Alguna vez no fue vieja? ¿Acaso pueden envejecer las notas musicales?
Lo cierto es que, tratándose de una isla tan privada, en ella puede entrar todo el mundo. Y, aunque algunos afirman que no la han visto, seguro que han ralentizado el paso.