Este fin de semana me quedé sin móvil. Confieso que lo eché de menos. En parte por las fotos que habría sacado pero, sobre todo, porque muchas veces me habría comunicado con tal y tal persona, justo en ese o aquel momento, rápida y sencillamente.
Pronto me di cuenta de que caminaba por la ciudad sin que nadie que no estuviera a mi lado supiera donde estaba y que estaba obligada a vivir en el momento, en el lugar y con las personas que me encontraba, al 100%. No tenía que revisar el móvil por si había una llamada o mensaje perdido, no tenía nada que decirle a nadie que no estuviera allí.
A pesar de pasarme dos días recorriendo algunos de los lugares más turísticos de la ciudad, sentí, por primera vez desde hace mucho tiempo, una reconfortante sensación de intimidad.
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