No puedo imaginar que alguien se esté frotando las manos al contemplar las tremendas imágenes de los incendios que están destruyendo la naturaleza de Galicia, Portugal, León o Asturias. Tampoco puedo concebir que exista una persona que no tenga un trastorno mental serio que sea capaz de matar animales, destruir bosques y poner en riesgo la vida de las personas.
Me duele y me enfada tanto que pueda existir tanta maldad y frialdad, que quisiera echar la culpa a la meteorología, a la mala suerte o a un ejército de locos. Me encantaría poder afirmar que no existen personas en su sano juicio capaces de semejante atrocidad.
Sin embargo, la realidad es bien distinta y, a veces, los problemas que tienen solución son los más dolorosos. Empecemos por buscar más allá de la mano que enciende el mechero.
El pasado fin de semana gritábamos al cielo que lloviera, que se comportara como debería comportarse en las regiones del norte de España en esta época del año y, solo como un plan B en caso de que el A no funcione, pedíamos ayuda a quien sea para que nos ayudara a parar toda esta barbarie.
Ahora mismo estas dos medidas urgentes son las únicas que pueden hacer que se alivie un poco esta tragedia. Sin embargo, también nos golpean al recordarnos lo que, una vez más, no se hizo.
En Galicia somos expertos en incendios, todos hemos visto alguna vez cómo empezaba uno en medio de la noche, todos hemos tenido miedo y muchos, muchísimos, incluso hemos tenido que ayudar a sofocarlos. Siempre que falta la lluvia hay riesgo de incendio.
Dicen que somos uno de los territorios de Europa que más invierte en medios de extinción de incendios y nada me puede parecer un fracaso más grande que estar orgullosos de esta afirmación. La solución no pasa por tener cada vez más medios para apagar cada vez más incendios. La solución es que exista una verdadera política de prevención, es decir, no tener más fuegos para apagar.
Y, a pesar de tratarse de un problema muy complejo, lleno de actores e intereses que desconozco, hay ciertas claves que no deberíamos volver a dejar pasar:
1.Bajo ningún concepto nadie se puede ver beneficiado por quemar un terreno: Menciono algunos de los ejemplos más evidentes: Cada vez que arde el monte, varias empresas privadas de extinción de incendios se ven lucradas con miles y miles de euros. Además, ahora es más fácil re calificar un terreno y se incentiva más el hecho de replantarlo con especies pirófilas como el pino o el eucalipto. Además, justo hace un año, a ENCE, la contaminante empresa celulosa que más necesita esta materia prima, instalada en plena ría de Pontevedra, se le ha renovado la concesión durante 60 años más. Xosé Manuel Pereiro lo explica muy bien en este artículo.
2.No podemos acordarnos del monte solo cuando arde: Un monte cuidado, limpio, poblado de especies autóctonas, no solo es más bonito e incluso rentable económicamente, sino que arde menos. Si destináramos más a cuidar el monte probablemente no necesitaríamos destinar tanto a apagar fuegos.
3.No podemos seguir ignorando que el cambio climático ya está aquí: Y eso multiplicará la gravedad y el número de incendios que presenciaremos los próximos años. Debemos estar más preparados que nunca, lo que nos lleva nuevamente a la prevención y también a cambiar nuestros hábitos hacia una vida más sostenible.
Con este artículo no pretendo simplificar las causas de los incendios sino simplemente poner en relevancia que no se trata de cuatro locos ni de un grupo terrorista, todos somos responsables de lo que pasa en nuestros bosques y solo con una mayor implicación, compromiso y exigencia a nuestras autoridades, conseguiremos salvarlos de nosotros mismos.